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3 jun 2010

El virus del derrotismo


El derrotismo es la tendencia a llenarse de pesimismo ante una derrota. Sus efectos son nefastos y crecientes en tanto logran generalizar una actitud de desaliento en el grupo que magnifica los alcances de un resultado negativo al tiempo que frustran las posibilidades de corrección de los fallos. A su vez, el derrotismo puede verse alimentado tanto desde dentro como desde fuera del grupo.

Al Partido Verde lo amenaza el virus del derrotismo después del resultado de la primera vuelta. Desde adentro, algunos de sus miembros hablan ya de irse preparando para la oposición y las elecciones locales del 2011, en la redes sociales se respira un aire de decepción e impotencia y columnistas que escriben más desde la tristeza que la reflexión dicen que ahora se necesita un milagro para ganar. Desde afuera, las declaraciones oportunistas de senadores de La U que piden la renuncia a la segunda vuelta del movimiento, persiguen desmoralizarlo. Sin embargo, semejante propuesta además de inviable es profundamente antidemocrática, teniendo en cuenta que el pueblo aún no ha emitido su veredicto final, que sólo tendrá lugar el próximo 20 de junio.

Este ambiente generalizado de derrota -y de triunfalismo del otro lado- resulta infundado cuando el país está en frente de una segunda vuelta electoral en la que ninguno de los dos candidatos finalistas tiene nada asegurado, al igual que no lo tenía la víspera de la primera, y de ahí justamente lo sorprendente del resultado.

La primera vuelta electoral está diseñada para que los candidatos a la presidencia midan fuerzas en forma independiente, es su función y por eso en ella prima necesariamente una dinámica de fragmentación. Por su parte, la segunda vuelta busca darle mayor legitimidad al ganador, invistiéndolo con el apoyo de una gran mayoría y en ella prevalece una lógica de unión: es el momento de las alianzas y los verdes -al igual que el continuismo- necesitan de ellas para ganar. El Polo ya extendió una carta generosa para iniciar un diálogo programático con los verdes y Vargas Lleras, como conductor de buena parte del voto de opinión, tiene una oportunidad única para sacudirse la fama de manzanillo y demostrarle al país que está a favor de la legalidad democrática en lugar de dejarse manosear nuevamente por el uribismo, que le dio la espalda cuando se mostró independiente y antirreeleccionista. En lo que concierne al liberalismo, sería una vergüenza adherir a Santos después de haber ejercido la oposición y denunciado la corrupción del gobierno durante años y por eso Pardo ya dejó libre a la colectividad para votar por quien quiera por encima de los intereses de los barones electorales.

Para un observador avezado, no pueden considerarse un fracaso más de tres millones de votos verdes de opinión, es decir, conseguidos con una campaña desprovista de maquinarias tradicionales por un partido nuevo en el panorama político. La primera vuelta la ganó en forma holgada el candidato de la continuidad y, aunque no se trata de minimizar este resultado, tampoco hay que convertirlo en un obstáculo insalvable en medio de un ambiente electoral hasta ahora caracterizado por la volatilidad y la indecisión. Aún hay muchos votantes por conquistar -y también que se pueden perder- para ambos candidatos: el pasado domingo el 54% del país manifestó que no quiere más de lo mismo, votando por candidatos distintos del heredero del uribismo, y el 51% se abstuvo de hacerlo. Además, la segunda vuelta suele tener mayor participación: en la última que hubo en el país, en 1998, se incrementó el número de votantes en más 1.600.000. Se equivocan entonces quienes creen que el resultado de la primera vuelta no se puede cambiar sustancialmente en la segunda.

Antes que culpar a las encuestas por no haber logrado predecir el resultado, habría que hacerlo a la prohibición del Consejo Nacional Electoral de realizarlas una semana antes de las elecciones. Los sondeos de opinión son escáneres que deben actualizarse constantemente para que sean exactos. Los reparos a la idoneidad de las muestras por no haber incluido a la población rural  por el momento no pasan de ser una hipótesis que está por demostrarse. No es que la estadística -que es una ciencia fiable- haya fallado sino que no se pudo desplegar. Levantada la prohibición para la segunda vuelta, el verdadero debate que se debe adelantar a futuro es sobre su regulación.

Es claro que la intención de voto de muchos electores cambió en los siete días que precedieron los comicios y las dos preguntas importantes a responder ahora son por qué motivo se dio este cambio y si los medios utilizados para conseguirlo fueron legítimos y legales.

Se habla de los “errores” de Mockus en los debates y sus declaraciones, en especial haberse atrevido a anunciar algo tan elemental como que le subiría los impuestos a los más ricos para ajustar uno de los sistemas tributarios más regresivos del continente. Y, si el repunte de Vargas y Petro gracias a su buen desempeño le arrebató también varios votos, el cambio brusco en la tendencia hay que atribuirlo fundamentalmente a otros factores, en su mayoría ilegítimos e ilegales: el apoyo frontal del diario más poderoso del país en su editorial dominical a la candidatura de Santos; el soporte de la maquinaria del gobierno mediante el chantaje a los beneficiarios humildes de programas asistencialistas como Familias en Acción; la participación indebida en política del Presidente (los huevitos); el uso ilegal de la base de datos del SENA para hacer proselitismo en favor de Santos; los rumores en contra del candidato verde difundidos en el Seguro Social y la Federación de Municipios; el hostigamiento por parte de policías a jurados electorales; la compra de votos; los votos del PIN que terminaron endosados en secreto a la campaña de Santos; los votos cristianos movilizados por el miedo infundado al ateismo del candidato verde; la campaña de desprestigio en contra de Mockus adelantada con la asesoría de uno de los gurús mundiales del juego sucio electoral; la ausencia de los primivotantes; el abstencionismo que sigue siendo alto y en gran medida propiciado por las deficiencias en la infraestructura electoral que dejaron a muchos sin votar; y, por supuesto, la maquinaria partidista que una vez más demostró estar igual de bien aceitada tanto en el sector urbano como en el rural.

En suma, para recuperar su viabilidad electoral -que hasta una semana antes de la primera vuelta era un hecho estadístico- los verdes deben erradicar el derrotismo de sus filas, movilizar una parte del alto porcentaje de abstencionistas, forjar alianzas y potencializar el hecho fundamental de que la primera vuelta en realidad no la ganaron los argumentos ni el carisma inexistente de Santos, sino el miedo a la guerrilla, el dolo (picardía) y la sombra de Uribe. 

A veces en política ocurre como en fútbol donde si se pierde en el primer tiempo, hay que mostrar la garra en el segundo.  El primer tiempo lo ganó por goleada y con trampa -chantajeando y engañando para asustar al electorado- el continuismo. El segundo puede ganarlo el cambio si ajusta su alineación y sale a remontar el marcador desde el primer minuto. 


http://www.semana.com/noticias-opinion-on-line/virus-del-derrotismo/139790.aspx

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