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24 ene 2010

“El Hay Festival que quedó en el alma del 2009”. Crónica de Roberto Insignares.



La semana que comienza mañana es muy especial porque alberga el evento literario más importante del año en Colombia: el Hay Festival 2010. Desde ya empezamos a ambientar la quinta edición de esta fiesta literaria, con la crónica de mi amigo Roberto Insignares sobre la del año pasado, en “un intento por no dejar en el olvido excelentes momentos”. Y qué momentos.



“La literatura puede convertirse en la única prótesis para el dolor”. Con estas palabras de Alan Pauls en uno de los conversatorios que daba comienzo al Hay Festival, se daba inicio a una aventura de surrealismo que tuvo su punto de partida el jueves 29 de enero y tuvo su cierre en lo que a mí respecta el 1 de febrero.


La brisa fresca que respiré en el primer atardecer tirado en una hamaca en el Hotel Las Américas sería el preludio de una aventura que en un primer momento parecía teñirse de soledad, pero como en las buenas canciones fue entonando su melodía cuando de a poco me iba encontrando con cómplices de esta pasión en que suelen convertirse los libros, los cuales lograron apartar el poema de la soledad de un hombre enfrascado en un traje elegante que viajaba a La Heroica con una maleta llena de libros, unos cuadernos de apuntes y un dolor casi imperceptible que solo podía atisbarse si mirabas en detalle los contornos del alma que a veces se dibujan en la expresión.

Me he topado con Jorge Iván Cuervo, columnista y profesor del Externado con quien desde el inicio me fundo en un conversatorio largo y tedioso sobre autores, géneros y expectativas del evento cultural. A su lado, Sandra Olaya, amiga del alma en mi carrera de Derecho se funde en un abrazo para ratificar que no soy el único loco que deja la aventura de la cotidianidad para enfilarse al surrealismo de los escritos y en particular a la vida secreta de las palabras.


Ya en la noche en la sesión de Pauls escuchamos gratas reflexiones sobre el concepto de territorio en el escritor y me arriesgo a preguntar por la influencia de Roberto Bolaño en su obra. Ante mi  pregunta escucho al fondo el grito de un “Detective Salvaje”, Gonzalo Ramírez, profesor del Externado con quien no solo compartí en Madrid grandes experiencias, sino también en Bogotá en las correrías de mi cine club “Carpe Diem”. Al final del evento nos fundimos en un abrazo y me presenta a su novia Maestra en Literatura, quien de seguro está involucrando a Gonzalo con mayor profundidad en estos territorios tan ajenos al derecho, pero más sensibles a mi gusto.


Con paso de aventurero me topo con un par de estudiantes de la Facultad de Derecho que fungen como asistentes de reconocidos directores de revistas culturales, quienes me llevan a un concierto de inauguración de un grupo que a su juicio revolucionará la música. Se llama Asian Doub Foundation y hasta boleta de entrada debo pagar. Luego de escuchar un par de canciones, de conocer a Juan Carlos Garay el de “La nostalgia del melómano”, me doy cuenta que estoy demasiado viejo para este tipo de ritmos. Una suerte de fusión de Hip Hop, Reggae y no sé qué más. Esa noche decido dormirme temprano y en el segundo día me encuentro  con mis contertulios del avión en la  playa de mi hotel, con los cuales hablo un poco de la academia y disfruto de una mañana soleada con sabor a mar.

A mediodía salimos para “Olano”, el restaurante de la ciudad vieja donde disfrutamos de una langosta, muelitas de cangrejo y creo a decir verdad de demasiado vino blanco. En la mesa de al lado Diana Cure  (profesora de finanzas del Externado) y Margarita Posada (escritora de “Sin Título”), me demuestran el encanto de ver fundidas la inteligencia con la belleza. Nos enfrascamos en  una conversación y  como colofón reto a Jorge Iván a una competencia sobre las mejores fotos en esta estadía.


Al caer la tarde, con unos vinos blancos de más, nos refugiamos en la charla de Junot Díaz, la cual versa sobre el oficio del escritor y me gozo el desparpajo de este último premio Pulitzer quien ante una pregunta del público sobre lo satisfactorio que debe ser haber ganado tanto dinero y ser tan reconocido por el público, responde: “Si tú crees que es mucho dinero 6000 dólares por una novela que se escribió en 11 años, poco sabes de lo ingrato que desde el punto de vista económico puede ser este oficio”. Luego de dos o tres intervenciones, de fotos, firmada de libros y demás, nos agolpamos al frente del teatro Heredia y en esas me topo con mi mentor Julio Piza, a quien llevan directamente al aeropuerto luego de una conferencia de Martin Amis. Nos saludamos y es curioso ver cómo los que otrora fueran definidos como el Quijote y Sancho por otro profe de la Facultad, ya son algo así como amigos a la distancia.

En la tertulia del atardecer nos sentamos en las murallas, tomamos cerveza fría de esas que pican el paladar y luego algunos amigos se quedan en la noche de lectura de poesía. Yo por mi parte, me dirijo al Claustro de Santo Domingo donde me gozo el conversatorio de crónicas de inmersión que tiene a un chileno muy interesante, Christian Alarcón  y a Andrés Felipe Solano, quien como rolo se aventuró a vivir 6 meses con el salario mínimo en una comuna de Medellín trabajando en una fábrica. Su experiencia no es solo motivante sino también algo más que romántica cuando habla de sus relaciones personales y en particular de una carta de amor que una operaria le escribió, la cual no pudo responder como hubiera querido para no revelar su identidad.

El evento es muy bueno y ya al caer las 9 salgo para “Milas”, un restaurante donde están Sandra, Jorge Iván y un par de esos seres humanos que vale la pena conocer: Sonia y Diego. La primera trabajó con la UNICEF y se acaba de radicar en Cartagena, y Diego por su parte es fotógrafo profesional. La charla fluye como si nos conociéramos de hace años y terminamos hablando de Raúl Gómez Jattin, con quien Diego compartió de cerca. Hablamos de sus dolores, de sus poemas, de su amiga Tania Mendoza, de su paso como estudiante de Derecho del Externado, como fundador de su grupo de teatro y del desenlace trágico que tuvo ocurrencia en una calle de Cartagena. Al final, por el tono de la charla concluimos en silencio que de alguna forma somos un montón de “ángeles clandestinos” (como él llamaba a los amigos) que jugamos a entender al poeta.


Son casi las 11 y el cuerpo demanda rumba. Como en ”Qué viva la música” de Andrés Caicedo sentimos el “Bailabu conmigo anda” y nos dirigimos hacia “Havana”, ubicado en el sector de Getsemaní. En nuestro camino, con la brisa tiñendo la noche de esperanza, nos topamos con Marie-Ève Detueul, profesora de Finanzas del Externado, su esposo y otros amigos, como si todos nos hubiéramos puesto de acuerdo en un destino común. Parece que nuestro camino y el surrealismo que nos marca hubieran mandado un mensaje cifrado a estas almas que trepan la maleza de una noche estrellada.

Entramos y logramos una buena mesa a pesar de los empujones y del calor incesante. Se siente la rumba de la mano de Ron Havana Añejo. A nuestro lado, por una ridícula casualidad de esas que señaló Kundera, de nuevo Margarita Posada, Diana Cure  y un grupo de amigos. Luego de 2 horas somos un solo combo que canta en medio del sudor canciones salseras y contonea el cuerpo como queriendo decir “Aún estamos vivos”. Bailamos, nos gozamos la noche y a eso de las 2 AM me encuentro con José Flórez, un alumno mío de hace como 5 años que termina su doctorado en París. Está con su primo Jaime Espinal, quien es escritor y publicará en abril “No es una historia de amor”. Ya con vino blanco, cerveza y ron, los abrazo y nos ponemos a evocar la docencia, los lugares escondidos de la literatura. En esas un mexicano literato se une a nosotros y ya esto toma fuerza como ratificación de la globalización. Hablamos del real visceralismo, de Octavio Paz, de Volpi, etc.


Y la rumba sigue. Ya a las 5 somos como 30. Llega la farándula literaria criolla y converso con Marianne Ponsford, la directora de Arcadia, con Alejandro Santos, director de Semana, con María Jimena Duzán, Diego León Hoyos etc.; todos con la salsa al cuello. Nos reímos y creo poder jurar que gracias a Dios no se hablará de seguridad democrática o de deflación, por lo cual no se han dado mensajes de autoridad, ni diminutivos de bobo, solo una suerte de anarquía sentimental que ha confluido en los recovecos de una noche de rumba.


Son las 6 AM y ya es hora de volver al hotel. Pierdo mi Blackberry (gracias a Dios), y me fundo en un sueño muy corto porque al día siguiente tenemos sancocho donde Sonia y Diego. Al almuerzo están invitados Oscar, un fotógrafo que ha recorrido muchas guerras y que en la actualidad trabaja con la Revista Caras, Amelia, una peruana de una dulzura imperdonable que estuvo en el destape de Montesinos en la época de Fujimori. Así mismo, está Eloísa, una argentina arquitecta quien ha trabajado también con la UNICEF y quien por estos días está de visita en Colombia, con su hija, una porteñita de 18 años con unos ojos plagados de esperanza.

La charla y el sancocho son algo más que deliciosos y hablamos algo de política y de las labores aventureras de nuestro amigo el fotógrafo. Ya al caer la tarde decidimos salir para escuchar la disertación de Martin Amis en el Teatro Heredia y quedamos más que magnetizados con la profundidad de sus reflexiones, y en particular me llega de cerca una experiencia que cita con Saúl Bellow,  ese otro escritor que se convirtió en un icono de su generación y que todavía hoy con sus luces se proyecta en muchas más plumas de las que uno inicialmente cree. Hay en particular evocaciones duras como aquellas palabras de Bellow en su lecho de muerte, quien cito que lo único que importaba al final era saber cómo nos había ido con las mujeres y era muy duro morir con el corazón roto. Él que se casó 5 veces debía saber de qué hablaba y creo que en últimas la vida de cualquier artista está enmarcada por cierta dosis de sufrimiento, la cual es inescindible a su naturaleza.

Luego de Amis la cola del teatro es inmensa y todos se preparan para la llegada de Fernando Vallejo, tal vez el personaje más controvertido y que mayor apetito intelectual despierta en los asistentes. Vallejo entra cabizbajo, se sienta en una silla y con los ojos cerrados al mejor estilo una obra de Rodin da lugar a una disquisición sobre los crímenes del cristianismo a lo largo de la historia. Sorprende de entrada la documentación y el rigor investigativo que acompaña cada uno de sus comentarios. No se trata de una apología del resentimiento. Todo lo contrario, se trata de sucesos tales como las cruzadas, la persecución de los judíos y apoyo al nazismo y la reciente pedofilia que fuera descubierta a las puertas del Vaticano. El lenguaje y las citas de Vallejo son fuertes e irresistibles para muchas personas entradas en años que creo nunca lo han leído y menos saben qué esperar. Pero lo más curioso de todo como lo señala hoy la coletilla de la columna de Jorge Iván, que algunos de éstos no se ausentaron del recinto cuando se habló mal del cristianismo sino cuando se tocó a  Uribe, como si la égida de este personaje estuviera por encima de cualquier consideración religiosa. Esto me llama mucho la atención y me convence de que el ídolo y su maquinaría están muy bien cimentados y han encontrado suficiente eco en distintos sectores de la sociedad.

Ya en la noche la rumba sigue esta vez en Areito, un bar de salsa donde disfrutamos de la mejor música y sacamos fuerzas de donde no tenemos para bailar y hacer una especial sesión fotográfica con algunos iconos que adornan el lugar. En particular, una foto de Obama nos da esperanza y decidimos tomarlo como eje para nuestra aparición y proyección. Con el baile y la buena conversación las horas de la madrugada van alumbrando y anuncian que detrás del Hay Festival hay un halo de melancolía por lo que quisimos y no tuvimos. Son acaso las 6 de la mañana y me regocijo con el atardecer. Al llegar al hotel solo tengo tiempo para hacer mi maleta, pagar la cuenta, salir al aeropuerto y tomar el vuelo que me conduce a Bogotá.


En el avión cierro los ojos y recuerdo con gratitud todos estos momentos. Entiendo que todas las frases que dijimos llevan escondido algún tipo de silencio y que el aterrizaje a Bogotá me transfiere de nuevo a la realidad. Es como si llegará a través de un túnel donde la única luz visible es la esperanza de darme cuenta que así sea por 4 días no estoy tan solo en el mundo, dado que más allá de mi soledad y la de tantos otros existe un mundo que no nos pertenece, ese que se palpa en los libros, esa especie de Neverland al que nos dirigimos con nuestra fascinación cuando algún personaje nos cautiva, cuando sentimos, lloramos, bailamos y antes que nada entendemos que como dijo Pauls los libros pueden ser la mejor prótesis para el dolor.

La mañana es brumosa, el vecindario de mi  barrio se matiza algo gris y mis tristezas me esperan, las saco de la caja en las que decidí esconderlas en esta aventura, me recuesto en mi cama y al son de Sparring Partner, la canción del baile de 5 X 2, me duermo en un sueño leve en el cual se siente una mariposa que como en el libro suele perderse de la escafandra que a veces llevamos dentro.



Roberto Insignares
Bogotá, febrero 6 de 2009

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