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6 abr 2010

El primer “Gran Debate”: ni grande ni debate


En estricto sentido un debate es una controversia, es decir, una “discusión de opiniones contrapuestas entre dos o más personas”. Por eso, hace dos semanas, no hubo debate. Y no es que la logística y la dinámica que prepararon Semana, La FM y RCN (este último, en términos prácticos, el medio del establecimiento, que no se pierda de vista) hayan estado mal, sino que plantearon los problemas clásicos de todos los “debates” previos a las elecciones presidenciales: ninguno de los candidatos quiere “exponerse” más de lo necesario y los periodistas siempre son lo suficientemente “pudorosos” para no poner en aprietos serios a los preguntados. Para un verdadero debate harían falta varios días, con paneles temáticos estratégicamente diseñados, periodistas e intelectuales con verdadera espuela que obren como moderadores y evaluadores, y un medio de difusión que no tenga intereses comprometidos (¿qué hacía una funcionaria de “confianza y manejo” --de medios-- como Vicky Dávila sentada ahí?), entre otras condiciones sencillamente irrealizables. Es decir, una especie de seminario de discusión sobre las grandes problemáticas del país y las propuestas de los candidatos presidenciales para enfrentarlas, donde se ponga a prueba con rigor académico (lógico-racional) y con base en criterios científicos, su solidez intelectual. Pero eso sólo sería concebible en una “democracia ideal”, o sea, en una de las que nunca han existido (ni existirán) porque, en las que tenemos, esto es lo que hay: mentiras y argucias de sus protagonistas, una guerra entre un puñado de mentirosos que luchan sin escrúpulos para obtener votos que legitimen un poder por definición ilegítimo (y el que quiera una definición honesta de democracia, que tome nota). Por excepción, sólo por excepción, las sociedades que conocemos han producido políticos honestos, que dicen la verdad y entran en la contienda electoral con fines distintos del propio lucro y, aún más excepcionalmente, estos “políticos apolíticos” (outsiders se les dice en el argot de los politólogos, término por cierto muy manoseado: a Chávez y Uribe muchos los definen como outsiders) logran llegar al poder.
Entonces, lo que vimos hace quince días por televisión no fue un debate sino una mera prueba de capacidad retórica, oratoria, sangre fría para mentir en vivo o “dialéctica erística”, para ponerlo en términos de Schopenhauer, es decir, de la habilidad para utilizar estratagemas dialécticas que produzcan la apariencia de que se gana y se tiene la razón per fas et nefas (por medios lícitos e ilícitos). Por eso es que babosadas como “mejor es posible” (Vargas Lleras), “yo quiero hacerle un homenaje al Presidente Uribe y sus dos gobiernos” (Noemí), “el Presidente Uribe y yo”, (Santos), no estuvieron ausentes, mientras escasearon las respuestas de fondo a las preguntas formuladas. Esa gente estaba allí era para conservar y ganar votos, no para responder preguntas, ejercicio político poco rentable. Y, aunque en términos electorales sus alcances suelen ser muy reducidos pues rara vez modifican la intención de voto (al término del debate, cada elector tiende a reafirmarse ciegamente en su candidato y a considerarlo “ganador”, con independencia del acervo de estupideces que haya dicho), no es que los debates sean inútiles, sino que resultan útiles para otras cosas, fundamentalmente para medirle el aceite a los candidatos en el manejo de medios, en su seguridad al momento de hablar frente a las cámaras, su capacidad de reacción, su agilidad mental y buena dicción en momentos de presión y tensión. Porque el “arte” del debate presidencial consiste en responder sólo las preguntas que conviene y repeler con sofismas, más o menos bien elaborados, las que no. En sonreír cuando se quiere increpar y mostrarse tranquilo mientras se arde de ira.

¿Quién fue el ganador del debate? No podría decirlo, pero sí sé con toda seguridad quién fue el gran perdedor, el mismo de siempre: la verdad. Porque, salvo Antanas Mockus (quien además ya lo había hecho públicamente), ninguno tuvo la gallardía de reconocer sus errores políticos pasados. La reina del oportunismo político, Noemí (el rey es Santos, linda pareja que hacen, me habría gustado verlos en la misma fórmula porque se merecen), tuvo el descaro de decir que cada vez que se dejó cerrar la boca con las migajas de una embajada, actuó en desarrollo de una “política de Estado” y no de partido; Rafael Pardo, por su parte, defendió con nerviosismo su “buen criterio” al aceptar los votos paramilitares que le dio al Partido Liberal (con su aval) Arleth Casado; Petro, la integridad del clientelismo de su fórmula vicepresidencial, Clara López; en cuanto a Santos, es más fácil contar las ocasiones en que no mintió.
Entonces, el “debate” solo corroboró lo que ya sabíamos: que hay, de un lado, dos candidatos frescos, honestos e inteligentes (Mockus y Fajardo), y del otro un arrume de politiqueros desde la más baja ralea (Santos) hasta la no tanto (Vargas Lleras), pasando por otros medio estúpidos (Noemí), poco carismáticos pero preparados  (Pardo) y talentosos pero acomodados (Petro). En suma, gente untada hasta el cuello de la suciedad del poder. No me voy a desgastar hablando de candidatos electoralmente inviables (Pardo, Vargas Lleras, Petro), prefiero centrarme en recordar por qué los dos candidatos que en este momento puntean en las encuestas, Santos y Noemí, no merecen ser presidentes de Colombia y por qué en cambio el que va de tercero, Antanas Mockus, y ahora con la adhesión como fórmula vicepresidencial de Sergio Fajardo muy seguramente pasará al segundo lugar, es el que más le conviene al país.
1. Juan Manuel Santos es un monumento histórico a la mentira, la intriga y el oportunismo político. No sólo empezó a mentir desde la primera pregunta sobre los falsos positivos, sino que el grueso de sus intervenciones estuvo lleno de frases como “el Presidente y yo”, etc. Santos no es un candidato, es un espectro, una sombra, una versión tal vez no tan barata pero de seguro nada “fiel” (¿fiel?, ¡pero si es Juan Manuel!) de Uribe, como sí lo habría sido Uribito. Santos es, justamente, un muy buen santo, un mentiroso profesional, un discípulo de primer orden de Maquiavelo, de los que utilizan cualquier medio, por abyecto que resulte, para conseguir el único fin importante en su escala de “valores” (permítaseme el abuso semántico): escalar posiciones y acumular poder. Cuando le preguntaron por el peor error que había cometido el gobierno de Uribe no le “tembló su tartamudeo” para decir que había sido el primer referendo: ¿era concebible un respuesta más falsa?, ¿alguien se acuerda hoy de ese referendo después del cúmulo de escándalos (verdaderos errores) que acumuló el uribismo durante ocho años? El catálogo de mentiras y traiciones por las que Santos aún debe responder daría para una versión moderna de Il Principe: ¿cuándo le pedirá perdón Santos al país por haber fraguado clandestinamente un golpe de Estado contra Samper, por traicionar al Partido Liberal y vendérsele a Pastrana por un ministerio, desdecir de Uribe durante su primer mandato para luego unírsele (volviendo a traicionar al liberalismo), calumniar a Pardo y haber permitido como Ministro de Defensa que el Ejército asesinara a sangre fría a casi 2000 muchachos inocentes? La mentira en Juan Manuel Santos es una adicción: no acaba de arrancar campaña y ya está mintiendo otra vez, endilgándole en forma falaz a otros candidatos la propuesta de un eventual despeje para negociar con la guerrilla, una iniciativa de la que en cambio él mismo en su momento sí fue gestor.
2. Noemí Sanín.Stupid is as stupid does”, según la frase célebre de Forrest Gump. Noemí es una boba, y de los bobos ya sabemos que sólo se pueden esperar bobadas, así que las que exteriorizó en el debate no sorprendieron a nadie que la haya seguido de cerca en su “cruzada consular acomodaticia” de los últimos dieciséis años. Pero recordemos sus tres momentos estelares: 1) Cuando afirmó que el conservadurismo había hecho las grandes reformas del país y que prohijaba la igualdad. Mockus, por fortuna, con elemental conocimiento histórico, supo callarla categóricamente y le recordó que el “reformismo” del conservadurismo, inspirado en la Iglesia Católica, no ha sido nada distinto de un reguero de babas para afianzar la desigualdad reinante, esa sí, el verdadero programa “conservador” oficial del detestable partido desde que existe. 2) Cuando no pudo responder de frente si sería capaz (obvio que no) de impulsar una reforma a favor del matrimonio homosexual en caso de que su hijo lo fuera. Y esto es perfectamente comprensible, pues el otro componente histórico estructural del Partido Conservador ha sido la discriminación, el rechazo y negación de la diferencia. Pero, qué ironía, la “gran fortaleza” de Noemí es ser mujer, es decir, pertenecer a un grupo social históricamente discriminado y, según los sondeos, su apoyo mayoritario proviene del sexo femenino, lo cual produce alegría porque significa que en general las mujeres en Colombia, en cambio, no son bobas y votan por ellas mismas. Sí, qué dicha una mujer de Presidente de Colombia, es verdad, pero qué dicha una inteligente y honorable, no una boba y oportunista. Según Noemí, cada vez que aceptó una embajada en un gobierno al que previamente había criticado, por tratarse de política exterior, no estaba traicionando a nadie. Recordemos que, mientras a Uribe le dijo paramilitar en la campaña de 2002, en este debate dijo que le quería “hacer un homenaje a sus dos gobiernos”. 3) Su propuesta estructural en materia de empleo, el TPP: “trabaje, produzca y progrese” (!). ¿Es concebible una bobería mayor? La lista de tonterías y desaguisados de Noemí durante el debate fue larga, inacabable, y tal vez el premio de consolación por haberlos soportado fue imaginar la cara de Uribito, en casa, frente al televisor, suspirando, babeando, pensando y diciendo para sí mismo: “si yo hubiera estado ahí, seguro lo habría hecho mejor”. Sin duda, mucho mejor, habría logrado engañar con más talento porque Noemí, ni para eso.
3. Antanas Mockus es el presidente que necesita Colombia. La más feliz consecuencia del debate, o mejor, de la encuesta que le siguió, fue cristalizar su alianza con Sergio Fajardo. Sus propuestas, carisma e inteligencia, separados, se destruían electoralmente (simple teoría de juegos), unidos, los llevarán directo a la Casa de Nariño. Pero esto amerita otra entrada…

Por cierto, mañana habrá otro “debate” a las 8 AM y se podrá ver en Semana.com.

Enlaces relacionados:

http://www.semana.com/noticias-nacion/quien/136906.aspx
http://www.semana.com/noticias-nacion/partidor/136913.aspx
http://www.semana.com/noticias-opinion/mesa-santos/136625.aspx
http://semana.pandac.com/noticias-opinion/semana-pasion/136905.aspx

2 Comments:

Anónimo said...

De años para acá hace demasiada falta una verdadera ética de respeto al país mismo por parte de los medios de comunicación, de los "profesionales" que allí se encuentran y de las normatividades del estado que regulan este tipo de información masiva.

Hace falta que la gente se levante y diga: "¡Que falta de respeto!"

Carolina González said...

Usted no pudo describir mejor a Juan Manuel Santos y a Noemí Sanín. Pero lo realmente grave no son ni las falacias y artimañas de uno, ni la estupidez de la otra, lo grave es que siendo todo esto tan absolutamente evidente sean los aspirantes mas cercanos a conseguir la presidencia de éste país. Talvéz heriré profundamente suceptibilidades con lo que voy a decir pero este es un pais ciego, sordo, mudo, y ante todo BRUTO.