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2 mar 2010

Reseña de "The Hurt Locker" (2009) de Kathryn Bigelow. "Un buen videojuego".




Director: Kathryn Bigelow
Categoría: Guerra
País: Estados Unidos
Año: 2008

Si Avatar tiene alguna competencia en los Oscar, claramente no es The Hurt Locker. Hablo en términos de calidad del cine, no del número de nominaciones a estatuillas, que es algo tan arbitrario como las millonarias ventas de Paulo Coelho, el Nóbel de Paz para un presidente en guerra, o esta reseña. “Zona de miedo” no sólo no merece sus nueve nominaciones, sino que es una mala película, si acaso llega a ser una.
Lo que empieza bien, generando una expectativa importante a partir de un epígrafe afortunado (“The rush of battle is often a potent and lethal addiction, for war is a drug”, Chris Hedges) que anuncia lo que pretende ser el filme: una metáfora de la violencia como vicio, como droga, idea que se hizo universal con Tolstoi, pronto se desvanece en una sucesión casi rutinaria(una media docena si conté bien -¡terminé contando!-) de secuencias de desactivación de explosivos de un hombre sin miedo a la muerte, el Sargento William James (Jeremy Renner), con el corazón dormido, que ocasionalmente se despierta por la tragedia de un “niño iraquí bomba” o una llamada a su esposa, sólo para volver a dormirse. El personaje me recuerda, por lo artificial, al paródico Kirk Lazarus (Downey Jr.) de Tropic Thunder (2008), que corre por el campo de batalla sonriendo y disparando sin siquiera agacharse para cubrirse de las balas.  
Al cabo de la segunda “misión” (o “stage”, o “level”) de desactivación, ya no estamos en una película, sino en un juego de guerra de Xbox 360. Hermosa ironía: tempranamente uno de los protagonistas aparece jugando Gears of War y nos corrobora que esto, más que otra cosa, es un videojuego. Se habría ahorrado mucho dinero si la película continuara enfocando la pantalla del televisor. Los personajes y las escenas parecen M&M’s de lindos y conocidos colores: además de James, el valiente y temerario cowboy, están el cobarde e inexperto soldado Eldridge (Brian Geraghty) y el cauteloso, racional y calculador Sargento Sanborn (Anthony Mackie); una escena de francotiradores, otra de trago y gresca entre soldados, y la llamada muda a la familia desde el cuartel, completan el paquete (¿faltó algún lugar común?). Al final se desdibujan tanto los personajes y el supuesto mensaje, que la directora debe recurrir a la explicitud en los parlamentos: el cobarde, mientras lo evacuan herido en un helicóptero, le reclama al temerario que por su culpa y adicción al peligro, ahora tiene el fémur astillado en nueve partes. Una buena película no tiene que “decir” su mensaje poniéndolo en boca de sus personajes, o en epígrafes. Simplemente lo transmite.
Aunque los recurrentes cambios de cámara, de la macro a la micro, de la clásica a la documental, intentan aumentar el suspenso, nunca lo logran. Éxito tuvieron en ello The Blair Witch Project (1999), Rec (2007) o inclusive Paranormal Activity (2007), con mucha menos plata. Y es que se supone que uno de los méritos de esta película independiente es que costó “apenas” once milloncitos de dólares. Y ése es el gran argumento con el que uno de los productores, Nicolas Chartier, violando el reglamento, le rogó a la Academia que le diera el Oscar.
Pero avancemos el análisis político del filme, pues en principio se trata de uno “de guerra”, es decir, de uno donde suele hacerse manifiesta la “Hollywood’s political agenda”. Aunque los medios dominantes lo presentaron como un producto políticamente neutro, para algunos críticos resultó de izquierda: ““War is a drug.” Drugs are bad. Thus, war is bad.  This is a left-wing film. End of story. Witness the first five seconds of the movie and read the epigraph; if you still have the audacity to trumpet its neutrality, you should be committed to an insane asylum or the newsroom at MSNBC”, escribe Alexander MarlowEs evidente que Marlow debe repasar sus nociones de izquierda, así como John Nolte, en cambio, tiene mucha razón cuando cuenta que, a pesar de que varios de sus creadores en una entrevista parecían creer sinceramente que el suyo era “an apolitical action film”, éste abunda en detalles que demuestran lo contrario.
¿Apolítico? Ningún filme de guerra, producido o no en Hollywood, puede serlo, por la sencilla razón de que o bien se enmarca “dentro del sistema” o está “por fuera” (y en esta medida en cierta forma “en contra”) de él. No se trata con esto de patrocinar una cacería de brujas donde todas las películas serán de derecha o izquierda, pro o antiyanquis. No. Si algún mérito cabe al arte es lograr ponerse por encima de las mezquindades políticas, independientemente del ambiente en que nazca (aunque no siempre). Pero, desde el momento en que aparecen de un lado unos rangers, rudos pero sensibles, amigos de los niños, salvando vidas incluso a costa de la suya, y del otro unos pobres diablos iraquíes que más parecen espectros, absolutamente “incaracterizados” (permítaseme el giro), estamos en presencia de ya sabemos qué “visión” del mundo. Mirada que no sorprende en lo absoluto porque es el recurso más usado en Hollywood para evaporar la humanidad de los enemigos (muchas veces en realidad “víctimas”) del ejército estadounidense que, antes que seres con sentimientos y aspiraciones legítimas, deben parecer zombis desprovistos de alma, cuando no caricaturas, incluso en historias que se quieren contestatarias de la guerra -Apocalypse Now (1979) y Platoon (1986) incluidas-.
Yo diría que, debido al pobre manejo de un gran escenario (nada menos que la guerra internacional de mayor importancia en la última década), la película ni siquiera llega a ser de guerra, y por ende carece de verdadero sesgo político. En esta película no hay “malos”, pues los iraquíes son como sombras, o extras, sin ningún desarrollo de importancia en el plot. Y es que los juegos de video de hoy, al margen de los clichés de siempre, ya no son tan políticos como lo eran antes: están los “buenos” sí, y los “malos” claro, pero ahora uno decide con cuáles juega, con cuáles da bala y motosierra, y a veces incluso los “buenos” dan más miedo que los “malos” (como ocurre en Gears of War justamente, donde los escalofriantes Gears asustan más que los tiernos Locust).
En suma, esta película es decepcionante, no tanto por lo mala (películas malas hay por montones) como por las injustificadas expectativas que genera de ser excelente. Cuando uno va a cine a ver un filme con nueve nominaciones al Oscar, espera cuando menos una “sacudida estética” que, para tristeza de todos, en este caso nunca llega. The Hurt Locker es el típico bodrio convertido en leyenda sólo porque los medios dicen que es bueno: “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”, escribió Goebbels. Gran verdad, seguro por lo repetida también.
Un detalle simpático: la esposa de James, que sólo descubrimos al final, resulta ser Kate (Evangeline Lilly), la de Lost, linda metáfora del momento en que el sargento (y la película) “se pierden” en medio de los cientos de marcas de cereales (escena muy real de supermercado gringo) entre las que intenta escoger, muerto del aburrimiento (igual que nosotros los espectadores), mientras espera la llamada que le indique el nuevo escenario de guerra para desplegar su adicción al peligro.
Me pregunto dos cosas, para terminar: ¿cuando será que algún director de Hollywood se atreverá nuevamente a sorprendernos con una película de guerra? La última vez fue Clint Eastwood con Flags of Our Fathers y Letters from Iwo Jima (2006), donde rompió el sacrosanto cliché de mostrar a todos los enemigos de USA como “malos” o zombis. Pero, sobre todo, ¿cuándo saldrá el videojuego de The Hurt Locker para Xbox? Correré a comprarlo, tal vez sus animaciones resulten más cinematográficas que la película.


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