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20 mar 2010

Elecciones legislativas 2010: Be Stupid




La última campaña de Diesel (Be Stupid) le vendría muy bien como epílogo a la jornada electoral del domingo. Colombia es un país estúpido, que no aprende del pasado, que repite los mismos errores, que olvida fácilmente, o tal vez ni siquiera olvida porque no se da cuenta de nada.  Me pregunto qué tendrán en la cabeza los que cambiaron esta vez su voto por un tamal, lo vendieron entre 20 y 50 mil pesos, lo dieron bajo amenaza o votaron “a conciencia” por alguno de los hampones que ahora son congresistas. Respuesta: no tenían nada en su cabeza, sino más bien hambre, miedo o ambición, que son los móviles corrientes del voto en nuestra triste “democracia”. El domingo, mientras escribía sobre "los jueces constitucionales y el Estado de Derecho como árbitros y vehículo de la democracia" (sí, qué belleza, yo sé que el título parece un verso de Rubén Darío), “inspirado”, es verdad, por el heroico fallo de la Corte que tumbó el referendo y la esperanza de que el país sí puede mejorar y convertir su política en un oasis de ideas que reemplace el pozo séptico que es, el "pueblo" colombiano se encargaba de desvirtuar cada uno de mis párrafos con sus votos.

En un artículo que escribí hace dos años, sobre el sistema de partidos colombiano afirmé lo siguiente: “En Colombia se está operando una profunda mutación de la dinámica partidista, de la cual son sintomáticos los resultados de las dos últimas elecciones presidenciales: la elección de Álvaro Uribe como presidente para el período 2002-2006 y luego su reelección para el período 2006-2010 con un movimiento político alterno a los dos partidos tradicionales Liberal y Conservador, marcan el paso del sistema bipartidista que había reinado hasta entonces, hacia una configuración política multipartidista de la cual hacen parte hoy, además de los recién conformados partidos uribistas que integran la coalición mayoritaria (Partido de La U, Cambio Radical, Alas Equipo Colombia, Colombia Democrática, Convergencia Ciudadana) junto al sometido Partido Conservador, el movimiento de izquierda Polo Democrático Alternativo (PDA) y el remanente del Partido Liberal, que se han consolidado como la fuerza de oposición” ("Rudimentos del régimen parlamentario: ¿una opción para Colombia?, en Revista Derecho del Estado, Número 22).

¿Qué tenemos para el período 2010-2014? (Mi análisis incluye sólo los resultados para Senado) La reiteración de un sistema de “multipartidismo extremo”, según la tipología clásica de Sartori (Parties and Party Systems: A Framework for Analysis, Nueva York, Cambridge University Press, 1976), con siete partidos relevantes,  aunque con dos nuevos actores, el PIN y el Partido Verde. Sartori identifica cinco tipos de sistema de partidos: escenarios políticos con “partido predominante” (un partido que gana en forma reiterada las elecciones), “bipartidismo” (con dos partidos electoralmente relevantes), “multipartidismo limitado” (de tres a cinco partidos relevantes),  “multipartidismo extremo” (seis a nueve partidos relevantes) y sistemas “atomizados” (diez o más partidos relevantes). Aunque el concepto de “relevancia” es problemático y los indicadores para medirlo desbordan el mero número de escaños, pues apuntan más a considerar la influencia de los partidos como instrumentos de gobierno, es decir, su capacidad para alterar la estrategia y dirección de la competencia en el parlamento (capacidad de oposición y chantaje, importancia en la conformación de coaliciones, posibilidad de obrar como contrapartido o partido antisistema, etc.), y varían según el desempeño de los partidos en el período legislativo, un partido que alcance el 5% de los escaños estará en principio llamado a tener algún protagonismo, y los que cumplen con esa condición en Colombia son, en su orden, los partidos de la U, Conservador, Liberal, PIN, Cambio Radical, Polo Democrático y Verde. ¿Qué significa para un régimen político contar con un sistema de multipartidismo extremo?, ¿una mejor o peor democracia? Ni lo uno ni lo otro. El multipartidismo puede ser funcional o no, según las aspiraciones que se aspire a satisfacer. Si se busca el consensualismo y la gobernabilidad, entre menos partidos, mejor. Si se busca el debate y la representatividad, entre más, mejor. Y todo depende por supuesto de las tendencias ideológicas de cada partido y su base social, que van a determinar los niveles de polarización del sistema en cuestión, y de la regularidad con la que los partidos logran acceder al poder (fragmentación). En este orden de ideas, hoy tendríamos tres partidos alineados con el gobierno (la U, Conservador y PIN), uno de dudosa alineación (Cambio Radical) y 3 de oposición (Liberal, Polo y Verde) que, al margen del desequilibrio en número de escaños (los 3 primeros cuentan con el 60%), ofrecen un panorama parcialmente polarizado y no tan fragmentado, pero pluralista y propicio para el debate democrático.

Las cuatro grandes catástrofes de la jornada, en orden de gravedad:
1. Un partido criminal (PIN) con 9 senadores (de los cuales 7 tienen procesos judiciales en su contra o son herederos de los caudales parapolíticos) y 900 mil votos que lo convierten en la cuarta fuerza electoral del país. Además, la elección de otro montón de senadores con problemas con la justicia, en situación “dudosa”: 10 de los 28 de La U, 4 de los 23 conservadores, 2 de los 17 liberales, 3 de 8 de Cambio Radical, 2 de 8 del Polo.
2. La resurrección del Partido Conservador, que hasta hace poco era un fósil, no sólo ideológico que siempre lo ha sido (por definición, para ser fiel a sí mismo, para “conservarse”), sino electoral. Ahora, al gran legado económico y social del uribismo (más miseria, desigualdad, precariedad en salud, desempleo, asistencialismo para los más ricos y menos recursos para inversión social debido al desangre de la guerra y las exenciones tributarias), sus grandes logros en defensa (militarización del país -4% del PIB  por el caño durante 8 años-, falsos positivos, espionaje de Estado, etc.), su herencia moral (parapolítica, yidispolítica, etc.),  hay que sumarle un legado ideológico escalofriante: la reconservadurización del país, es decir, la imbecilización de su política, porque si algo ha significado el conservadurismo históricamente en Colombia es eso, estupidez. Estupidez, mezquindad y persistencia para instilar el conformismo en la sociedad, para embrutecerla a tal punto que quiera “conservar” el deleznable estado de cosas reinante por encima de cualquier intento de reforma o aspiración de progreso: desigualdad social, discriminación, confesionalismo, mojigatería, regresividad tributaria son, entre otros, los puntos torales tradicionales del programa conservador colombiano. Si en un país desarrollado un partido “conservador” es algo lamentable (porque siempre se puede mejorar) en uno del tercer mundo es una inmoralidad.
3. El quiebre electoral de Compromiso Ciudadano, el partido de Fajardo, que no logró superar el umbral para el Senado y se quedó sin curules. Aunque el fracaso en las legislativas se veía venir, nadie se imaginó que sería tan estrepitoso. Esperemos que el daño para las aspiraciones presidenciales de Fajardo no sea considerable pues es posible, e incluso corriente en los regímenes presidencialistas, la elección de un Presidente sin bancada parlamentaria. Aunque sería ideal una alianza de Fajardo con Mockus para la primera vuelta, y Antanas ya manifestó que así lo quiere,  todo indica que es de descartar pues por el momento ambos tienen aspiraciones igualmente serias, pero sería casi natural en la hipótesis de una segunda vuelta con alguno de ellos (soñemos con una segunda vuelta “entre” ellos).
4. El vergonzante desempeño de la Registraduría y la organización electoral en general. Whisky en pleno conteo, temprano colapso de la página virtual (hackers, al parecer), lentitud en el conteo, improvisación, situaciones todas que crean un aire de duda, restan legitimidad a los escrutinios y hacen patente la urgencia una reforma que incluya la implementación del voto electrónico.

De lo poco bueno:
1. El nacimiento del Partido Verde como fuerza política, el triunfo arrasador de Mockus en la consulta interna con más de ochocientos mil votos,  prueba de que aún se puede hacer política en forma honorable en Colombia. Cada voto por Antanas Mockus fue una conquista de la cultura sobre el analfabetismo democrático. Mockus ahora no puede sino crecer para las elecciones y se perfila como  una opción viable para los que quieran otra forma de hacer política.
2. Nos salvamos a última hora del peor de los mundos posibles, que habría sido la posibilidad de una segunda vuelta entre Arias y Santos, si la consulta la hubiera ganado Arias. Sin embargo, la  mueca de decepción de Uribito, el niño genio de la trampa uribista (y eso no es poco logro), cuando perdió a última hora la consulta conservadora con Noemí, pagó con creces el susto que pasamos.
3. Se quemó el ala más clientelista del Polo, casi todos los “cristianos” (muchos que habían llegado al Congreso gracias al “milagrito” de la parapolítica, y otros del mismo partido donde mandan asesinar sus esposas) y Uribito "reloaded" (Nicolás Uribe); se incineraron actores, bailarines, comentadores deportivos, toreros, los de “la familia DMG”, ex reinas, veteranas con aspiraciones nudistas, enanos y algunos otros saltimbanquis y payasos (Moreno de Caro el primero). El circo pseudodemocrático colombiano los va a extrañar, sin duda, pero qué bueno que se fueron.


9 mar 2010

¿Será? Sobre los artistas sin arte, los malos políticos, las discriminaciones positivas y el día de la mujer

1. ¿Será que Coelho piensa que los kilómetros de basura que teclea a diario en su computador valen algo?, ¿será que Uribe y Chávez creen que son buenos presidentes cuando gobiernan dos países en ruinas, sumidos en la desigualdad y el subdesarrollo porque ellos prefieren dilapidar la riqueza nacional en armas, guerra y corrupción, en lugar de invertirla en cultura, educación y construcción de sociedad? La pregunta me surgió la noche del domingo, cuando salí de la última función de la adaptación para teatro de “Melodrama”. El reto era grande: superar la mediocridad de la peor novela cuyo escenario es París que yo haya leído. Y, sin embargo, lo logró: el protagonista, en un torturante intento por actuar durante dos largas horas, no logra convencer durante un solo instante de que no está fingiendo. Un mal actor, un mal escritor, un mal músico o cualquier mal artista es, además de algo trágico, una ofensa para la belleza, para la esperanza estética del mundo en general y, por lo tanto, algo que no debería existir. En el arte, es preferible la nada a la mediocridad. Con los presidentes, y los políticos en general, en cambio, estamos habituados a su mediocridad casi congénita. La política no es terreno fértil para la perfección. Como dijo Vargas Llosa, en una entrevista que publicamos aquí en enero, ”podemos ser intransigentes en materia estética. En poesía, en novela, la imperfección no es aceptable, en ningún caso. En política eso es imposible”. Por eso también escribía Colacho, que todo lo entendió, que “al que nace sin talento alguno se le debe aconsejar una carrera científica”. De ahí que, en un acto de suma sensatez, yo lleve 28 años estudiando para hacer ciencia.
Pero retomemos la pregunta que dio lugar a esta primera reflexión. ¿Será que estos pobres diablos creen estar haciendo algo de valor?, ¿será que toda esa manada de “artistas sin arte”, de “eunucos en celo”, creen ser buenos en lo que hacen? Mi amigo Javier piensa que sí. Me dijo: ponte a pensar que estas personas muchas veces tienen trabajo, club de fans, comen a la carta, van a cócteles e incluso reciben premios, en suma, son “exitosas” y obtienen una recompensa considerable por su trabajo. La respuesta entonces, al parecer, es que sí se creen buenos, muy seguramente como mecanismo de autoconservación para que no los aplaste el apabullante peso de su mediocridad.

2. ¿Será que seguiremos festejando indefinidamente estupideces como “el día de la mujer”?, ¿será que seguiremos “celebrando” por siempre “el día” de grupos discriminados?, ¿será que tendremos que continuar promulgando leyes “de cuotas” para garantizar que la mujer, como si fuera un ser de orden inferior, tenga algún peso político? Y es que el mayor peligro de las “discriminaciones positivas” (affirmative actions, les dicen en Estados Unidos, donde se acuñó el término) es que a veces  provocan un efecto colateral contrario al que persiguen (reverse discrimination), es decir, la inferiorización social de un nuevo grupo debido al favorecimiento del grupo que buscan ayudar. Una discrimnación positiva es, tecnicismos aparte, un mecanismo que busca restablecer la igualdad mediante la legalización de la desigualdad. ¿Contradictorio? Sí, pero no ilógico (o si no pregúntenle a Edgar Morin), como sí lo es por ejemplo la “función de resocialización” de la pena privativa de la libertad, que busca “resocializar” al individuo mediante su aislamiento social (que es lo que en buen castellano significa la pena prisión). Nada que sorprenda, de estas joyas conceptuales está lleno el mundo del derecho.

Argumentos en contra de las discriminaciones positivas:
Some opponents say affirmative action devalues the accomplishments of people who are chosen because of the social group to which they belong rather than their qualifications. Opponents also contend that affirmative action devalues the accomplishments of all those who belong to groups it is intended to help, therefore making affirmative action counterproductive. Some people, such as American activist Ward Connerly, also feel that affirmative action is discrimination in itself since it judges people by their race or ethnicity. Opponents, who sometimes say that affirmative action is "reverse discrimination", further claim that affirmative action has undesirable side-effects in addition to failing to achieve its goals. They argue that it hinders reconciliation, replaces old wrongs with new wrongs, undermines the achievements of minorities, and encourages individuals to identify themselves as disadvantaged, even if they are not. It may increase racial tension and benefit the more privileged people within minority groups at the expense of the least fortunate within majority groups (such as lower-class whites). American economist, social and political commentator, Dr. Thomas Sowell identified some negative results of race-based affirmative action in his book, Affirmative Action Around the World: An Empirical Study. Sowell writes that affirmative action policies encourage non-preferred groups to designate themselves as members of preferred groups (i.e., primary beneficiaries of affirmative action) to take advantage of group preference policies; that they tend to benefit primarily the most fortunate among the preferred group (e.g., upper and middle class blacks), often to the detriment of the least fortunate among the non-preferred groups (e.g., poor whites or Asians); that they reduce the incentives of both the preferred and non-preferred to perform at their best — the former because doing so is unnecessary and the latter because it can prove futile — thereby resulting in net losses for society as a whole; and that they increase animosity toward preferred groups” (Wikipedia).
Ejemplos frescos de reverse discrimination: funcionario(a)s incompetentes en altos cargos del Estado por el gran mérito de su color de piel o su sexo; una candidata cuyo principal “argumento” para ser Presidente es ser mujer (aunque en realidad se comporte como un áspid oportunista), mientras abundan mujeres brillantes (yo, que no conozco casi a nadie, conozco de cerca a varias) a las que les cabría no sólo el país sino el mundo en la cabeza. Una directora de cine que acaba de ganar el Oscar con la peor película de las que ha hecho (porque ha hecho varias muy buenas) pues “ya era hora de que la Academia premiara a una mujer” por primera vez en esta categoría.
3. Día del campesino desplazado, del gay, del transexual, del sindicalista amenazado, del negro, del indígena, del falso positivo, de la madre cabeza de familia, del ateo, de la prostituta, del drogadicto, de la compañera permanente, de “la otra”, del desempleado, del depresivo crónico, del pastuso, del amputado por minas antipersonales, del veterano de guerra, del sobreviviente a masacre con motosierra, del testigo amenazado, del desmovilizado, del discapacitado, del tarado, del niño maltratado… Al paso que vamos, en Colombia no nos van a alcanzar los días del año para tanta “celebración”. La única razón por la que hay gay parades de un patetismo circense inigualable es que la sociedad sigue siendo lo suficientemente estúpida para creer que ser homosexual tiene algo de especial.  “Gay Pride Day”: día mundial del orgullo gay. ¿Orgullo gay?, ¿acaso hay algún orgullo heterosexual? Se es lo que se es, se prefiere lo que se prefiere, uno pide helado de vainilla en lugar de chocolate (algunos gustan de ambos), y punto. ¿Hay que  hacer fiestas mundiales por eso? Todas estas idioteces no deberían existir pero existen debido a la mezquindad del género humano, a su increíble incapacidad para respetar la libertad y las opciones del otro.
¿Mejor entonces que no haya discriminaciones positivas? No. Mejor que no tuvieran que existir. Su sola existencia es una vergüenza para cualquier sociedad pero, al parecer, es mejor que nada contra la discriminación rampante, mientras no degenere en otra discriminación. La característica clave en este punto es su vocación de temporalidad, la que consagra por ejemplo la International Convention on the Elimination of All Forms of Racial Discrimination, que estipula en su artículo 2.2 que las discriminaciones positivas "shall in no case entail as a consequence the maintenance of unequal or separate rights for different racial groups after the objectives for which they were taken have been achieved."

4. ¿Día de la mujer? No hay uno solo en el año que no lo sea. Desde que nací, no ha habido un día al que no sobreviva gracias a la fuerza que me dieron y me siguen dando las mujeres: mi mamá y mi abuela para empezar, que me enseñaron a vivir, pasando por las que me han amado con su natural generosidad. La superioridad histórica de la mujer (como mínimo moral; sobre la intelectual mejor ni hablamos: a mí me basta con leer un párrafo de Simone de Beauvoir para sentirme absolutamente estúpido) la demuestra colmadamente el hecho irrefutable de haber soportado la tiranía del hombre, no sólo sin convertirlo en objeto de su odio, sino haciéndolo el inmerecido objeto de su más auténtico amor. Con mucha razón me decía una amiga hace poco que si algo merecíamos los tipos de este mundo como vendetta por nuestra arrogancia y egoísmo, es una oleada global de lesbianismo. Razón tiene, y toda. Entonces, si a la mujer algo le debemos los hombres no es un asqueroso día más que engrose el catálogo de babosadas consumistas, lleno de empalagosas tarjetas de Timoteo, inmundas flores pintadas con anilina, mensajes estúpidos en el wall de Facebook y la bandeja de entrada, nauseabundas cajas de chocolate, frases de cajón por el celular, “generosos” posts en blogs de política, etc. No. A la mujer le debemos varios milenios, siglos enteros de verdaderas luces donde se le reconozca el lugar que le corresponde en el mundo, el de zócalo de toda forma de civilización
Mientras tanto, sigamos en éstas todos, tan varoncitos, celebrando el día de la mujer, con el pecho lleno de orgullo y la boca llena de babas para escupir lugares comunes, alimentando desde todos los frentes las taras machistas que han soportado secularmente el edificio histórico vergonzante de la inferioridad social de nuestras mujeres; rebuznando caballerosidades; aplaudiendo y reeligiendo presidentes a los que no se les ocurre mayor insulto para sus semejantes que el de “sea varón” (léase “no sea mujer”). Porque ésos son los próceres y los grandes varones que aquí estamos acostumbrados a admirar y respetar. ¿Tan varoncitos todos nosotros no?

Ahora sí: Feliz día de la mujer…

2 mar 2010

Reseña de "The Hurt Locker" (2009) de Kathryn Bigelow. "Un buen videojuego".




Director: Kathryn Bigelow
Categoría: Guerra
País: Estados Unidos
Año: 2008

Si Avatar tiene alguna competencia en los Oscar, claramente no es The Hurt Locker. Hablo en términos de calidad del cine, no del número de nominaciones a estatuillas, que es algo tan arbitrario como las millonarias ventas de Paulo Coelho, el Nóbel de Paz para un presidente en guerra, o esta reseña. “Zona de miedo” no sólo no merece sus nueve nominaciones, sino que es una mala película, si acaso llega a ser una.
Lo que empieza bien, generando una expectativa importante a partir de un epígrafe afortunado (“The rush of battle is often a potent and lethal addiction, for war is a drug”, Chris Hedges) que anuncia lo que pretende ser el filme: una metáfora de la violencia como vicio, como droga, idea que se hizo universal con Tolstoi, pronto se desvanece en una sucesión casi rutinaria(una media docena si conté bien -¡terminé contando!-) de secuencias de desactivación de explosivos de un hombre sin miedo a la muerte, el Sargento William James (Jeremy Renner), con el corazón dormido, que ocasionalmente se despierta por la tragedia de un “niño iraquí bomba” o una llamada a su esposa, sólo para volver a dormirse. El personaje me recuerda, por lo artificial, al paródico Kirk Lazarus (Downey Jr.) de Tropic Thunder (2008), que corre por el campo de batalla sonriendo y disparando sin siquiera agacharse para cubrirse de las balas.  
Al cabo de la segunda “misión” (o “stage”, o “level”) de desactivación, ya no estamos en una película, sino en un juego de guerra de Xbox 360. Hermosa ironía: tempranamente uno de los protagonistas aparece jugando Gears of War y nos corrobora que esto, más que otra cosa, es un videojuego. Se habría ahorrado mucho dinero si la película continuara enfocando la pantalla del televisor. Los personajes y las escenas parecen M&M’s de lindos y conocidos colores: además de James, el valiente y temerario cowboy, están el cobarde e inexperto soldado Eldridge (Brian Geraghty) y el cauteloso, racional y calculador Sargento Sanborn (Anthony Mackie); una escena de francotiradores, otra de trago y gresca entre soldados, y la llamada muda a la familia desde el cuartel, completan el paquete (¿faltó algún lugar común?). Al final se desdibujan tanto los personajes y el supuesto mensaje, que la directora debe recurrir a la explicitud en los parlamentos: el cobarde, mientras lo evacuan herido en un helicóptero, le reclama al temerario que por su culpa y adicción al peligro, ahora tiene el fémur astillado en nueve partes. Una buena película no tiene que “decir” su mensaje poniéndolo en boca de sus personajes, o en epígrafes. Simplemente lo transmite.
Aunque los recurrentes cambios de cámara, de la macro a la micro, de la clásica a la documental, intentan aumentar el suspenso, nunca lo logran. Éxito tuvieron en ello The Blair Witch Project (1999), Rec (2007) o inclusive Paranormal Activity (2007), con mucha menos plata. Y es que se supone que uno de los méritos de esta película independiente es que costó “apenas” once milloncitos de dólares. Y ése es el gran argumento con el que uno de los productores, Nicolas Chartier, violando el reglamento, le rogó a la Academia que le diera el Oscar.
Pero avancemos el análisis político del filme, pues en principio se trata de uno “de guerra”, es decir, de uno donde suele hacerse manifiesta la “Hollywood’s political agenda”. Aunque los medios dominantes lo presentaron como un producto políticamente neutro, para algunos críticos resultó de izquierda: ““War is a drug.” Drugs are bad. Thus, war is bad.  This is a left-wing film. End of story. Witness the first five seconds of the movie and read the epigraph; if you still have the audacity to trumpet its neutrality, you should be committed to an insane asylum or the newsroom at MSNBC”, escribe Alexander MarlowEs evidente que Marlow debe repasar sus nociones de izquierda, así como John Nolte, en cambio, tiene mucha razón cuando cuenta que, a pesar de que varios de sus creadores en una entrevista parecían creer sinceramente que el suyo era “an apolitical action film”, éste abunda en detalles que demuestran lo contrario.
¿Apolítico? Ningún filme de guerra, producido o no en Hollywood, puede serlo, por la sencilla razón de que o bien se enmarca “dentro del sistema” o está “por fuera” (y en esta medida en cierta forma “en contra”) de él. No se trata con esto de patrocinar una cacería de brujas donde todas las películas serán de derecha o izquierda, pro o antiyanquis. No. Si algún mérito cabe al arte es lograr ponerse por encima de las mezquindades políticas, independientemente del ambiente en que nazca (aunque no siempre). Pero, desde el momento en que aparecen de un lado unos rangers, rudos pero sensibles, amigos de los niños, salvando vidas incluso a costa de la suya, y del otro unos pobres diablos iraquíes que más parecen espectros, absolutamente “incaracterizados” (permítaseme el giro), estamos en presencia de ya sabemos qué “visión” del mundo. Mirada que no sorprende en lo absoluto porque es el recurso más usado en Hollywood para evaporar la humanidad de los enemigos (muchas veces en realidad “víctimas”) del ejército estadounidense que, antes que seres con sentimientos y aspiraciones legítimas, deben parecer zombis desprovistos de alma, cuando no caricaturas, incluso en historias que se quieren contestatarias de la guerra -Apocalypse Now (1979) y Platoon (1986) incluidas-.
Yo diría que, debido al pobre manejo de un gran escenario (nada menos que la guerra internacional de mayor importancia en la última década), la película ni siquiera llega a ser de guerra, y por ende carece de verdadero sesgo político. En esta película no hay “malos”, pues los iraquíes son como sombras, o extras, sin ningún desarrollo de importancia en el plot. Y es que los juegos de video de hoy, al margen de los clichés de siempre, ya no son tan políticos como lo eran antes: están los “buenos” sí, y los “malos” claro, pero ahora uno decide con cuáles juega, con cuáles da bala y motosierra, y a veces incluso los “buenos” dan más miedo que los “malos” (como ocurre en Gears of War justamente, donde los escalofriantes Gears asustan más que los tiernos Locust).
En suma, esta película es decepcionante, no tanto por lo mala (películas malas hay por montones) como por las injustificadas expectativas que genera de ser excelente. Cuando uno va a cine a ver un filme con nueve nominaciones al Oscar, espera cuando menos una “sacudida estética” que, para tristeza de todos, en este caso nunca llega. The Hurt Locker es el típico bodrio convertido en leyenda sólo porque los medios dicen que es bueno: “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”, escribió Goebbels. Gran verdad, seguro por lo repetida también.
Un detalle simpático: la esposa de James, que sólo descubrimos al final, resulta ser Kate (Evangeline Lilly), la de Lost, linda metáfora del momento en que el sargento (y la película) “se pierden” en medio de los cientos de marcas de cereales (escena muy real de supermercado gringo) entre las que intenta escoger, muerto del aburrimiento (igual que nosotros los espectadores), mientras espera la llamada que le indique el nuevo escenario de guerra para desplegar su adicción al peligro.
Me pregunto dos cosas, para terminar: ¿cuando será que algún director de Hollywood se atreverá nuevamente a sorprendernos con una película de guerra? La última vez fue Clint Eastwood con Flags of Our Fathers y Letters from Iwo Jima (2006), donde rompió el sacrosanto cliché de mostrar a todos los enemigos de USA como “malos” o zombis. Pero, sobre todo, ¿cuándo saldrá el videojuego de The Hurt Locker para Xbox? Correré a comprarlo, tal vez sus animaciones resulten más cinematográficas que la película.


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